viernes, 11 de enero de 2008

¿Hay que leer de "todo"?


Hace unas semanas conversaba con unos amigos sobre la tendencia de nuestro tiempo de querer conocer “todo” y luego escoger lo que más nos guste, una tendencia integrista, ecléctica. Dentro de este radio de querer conocer “todo”, se justifica que en una universidad que pretende ser coherente con la doctrina que enseña nuestra Madre la Iglesia, se enseñe dentro del curso de literatura con tanta pasión como se enseñaría la Suma Teológica en filosofía, a autores como Brice, Bayly, o textos como la Ñacatita, el Arte del Buen Amar, entre otros.

Es acaso necesario leer con lujos de detalles pasajes de libros donde se denigra la dignidad de las personas, donde se reduce la sexualidad a la sensualidad o al sexo, con la falsa idea de que “hay que estar enterados de todo”, “hay que conocer todo”, y que cada uno elija, y mientras tanto vamos viendo como normal o natural algo que es todo lo contrario.

Pero en este sentido hay un punto que me parece muy interesante y es el a qué se refieren cuando señalan que “hay que conocer todo”, qué es ese “todo”, que parece tan misterioso y que abarca un sin número de posibilidades. Si con “todo” se hace referencia a una totalidad del mundo, de sus leyes, verdades puestas por Dios en ellas y que le toca al hombre descubrirlas e irlas explicando a la luz de la Revelación, para poder responder al Plan de Amor y al mandato de “someted la tierra”.

Si con “todo” nos referimos a todos los aspectos de la vida del hombre, teniendo en cuenta que es una unidad con triple dimensión (biológica, psicológica y espiritual), es decir a su ser hombre corporal, incluyendo su desarrollo corporal, sus relaciones interpersonales, sus gestos, etc. Su ser hombre psicológico, donde se manifiestan sus sentimientos, anhelos, miedos, angustias, esperanza. Y finalmente su ser hombre espiritual, donde se “encuentra” su anhelo de trascendencia, su esperanza de participar del amor de la Trinidad, de de ver el rostro de Dios.

Si es a esto a lo que nos referimos cuando decimos “todo”, pues entonces no habría ninguna objeción, ninguna dificultad de interpretación; sin embargo al referirse a “todo” las personas caen en una equivocidad pues la palabra “todo” se presenta como ambigua y se puede entender de más de una manera. Y lo más común es que las personas no se refieran a lo antes referido cuando dice “todo”, sino que lo que intentan expresar es que debemos dejarnos influir por las tendencias, ideas, realidades, manifestaciones del mundo
[1]. Quieren que temporicemos con el mundo, que no “estemos del mundo sin ser del mundo” sino que seamos del mundo, incluso, sin estar en él.

Eso por eso que cuando se comienza a hablar con criterios del mundo, con frase, palabras o se utilizan gestos del mundo, se siente como siente el mundo, nadie puede oponerse porque de inmediato decimos que “debemos saber todo” y si se insiste en usar criterio, sentimientos, palabras y gestos cristianos, evangélicos, se le llama intolerante, fundamentalista, ultra-conservador. Me pregunto quien es más intolerante, el que plantea una posibilidad distinta o aquel que no deja que se le plantee esta posibilidad, que se le amplíe el horizonte, que se le “ensanche la mente”.

Para ser más concreto con lo dicho me referiré a un de ejemplo. Estaba un compañero en su clase de literatura y la “profesora” saca un texto y lo reparte entre todos los alumnos, es de un libro de Brice. El texto narra la historia de un joven que va a tener relaciones sexuales por primera vez y va a un prostíbulo y se narra con lujo de detalles lo que pasa en ese momento. Entonces mi compañero se siente ofendido por las palabras utilizadas por el autor y para colmo se le invita a leer la parte de la escena de sexo. Indignado por la bajedad de las frases, protesta y dice que no le parece necesario leer ese texto, a lo que la “profesora” dice: “que tiene de malo, hay que leer de todo” y las demás alumnas (todas las demás eran mujeres) están de acuerdo con la “profesora”.

Ahora me pregunto, es cierta la proposición de la “profesora”, es necesario leer “de todo” para saber si un autor es bueno o malo, para conocer realidades tan profundas e íntimas como son la sexualidad y que con este tipo de actitudes se la rebaja al nivel más animal. Acaso es necesario probar excremento para saber que es malo y de mal sabor. Entonces porque tendríamos que leer o ver o hacer ciertas cosas para saber como es “la realidad”. Para estar preparados dicen, tontería más grande, desfachatez y excusas.

Pero claro, quién podría cuestionar algo que vive, sería como cuestionarse a si mismo, y como es más sencillo no vivir cristianamente, entonces se dejan arrastrar por la corriente del mundo. Comienzan a sentir como el mundo, a consentirse deseos desordenados, a dejarse llevar por sus pasiones, gustos y disgustos. Se comienza actuar como el mundo, a pensar y actuar como el mundo.

¿Qué hacer ante esta realidad que es innegable?, no nos toca ser los jueces implacables de todos, pero si los hermanos caritativos que vemos a nuestros hermanos vivir de espaldas a Dios y como consecuencia de espaldas a si mismo, a los demás y a la realidad creada.
[1] En todo este artículo cuando diga mundo me referiré a la mundanidad.